martes, 18 de marzo de 2008

Y que fue de Monse? segunda parte

Inicio de mi aventura post-comunista:
Hice mis maletas en 2 horas aproximadamente, con el temor a olvidar objetos importantes, como suele pasarle a uno cuando deja los deberes para el ultimo momento. Pensé que tenia mucho tiempo, así que salí con Brian a comprar cosas para mi viaje y a "comer", pero la verdad es que el tiempo no alcanzaba; compramos comida de Mc Donald's y la tuvimos que comer como en tres minutos.
Revisé mi correo "por si las dudas"..............."señorita Márquez, usted tiene que estar en Moscú el viernes (día de mi viaje) porque el lunes es festivo en Rusia y cuenta con DOS maravillosos días para arreglar su situación migratoria. Nota cultural: no vamos a pasar por usted, así que arrégleselas para llegar a la universidad y decirle al portero que usted es usted para que la deje entrar a su nuevo hogar." Brian murió de risa. Genial.
Llegué a la estación más o menos 20 minutos antes de la salida del tren. Ola, mi roomie maravillosa, me compró dos bolsas de comida "por si te da hambre en el camino", y Brian subió mis maletas al tren. Aquí debo hacer una pequeña pausa. Pinches con sus trenes destinados al hacinamiento de las personas en plan "los llevamos a las minas de Siberia" por más o menos 18 horas de viaje. En el compartimiento para "tres personas" ni siquiera podía estirar las piernas. Tenía tres literas con un espacio mínimo entre ellas, una mesita con lavabo, un -repito- UN vaso para que TRES personas se enjuagaran los dientes... y un florero vacío. Qué detalle. De cualquier modo, en el momento me pareció divertido, pero la rusa al lado de mí se quejó horriblemente.
La rusa de al lado. Una muchacha de mi edad con un ojo verde y uno gris, con ropa bonita y un piercing arriba de la boca. Teníamos demasiadas cosas en común, como el gusto por el color morado. Me contó que anda con un polaco (yo lo vi, era todo emo); se conocieron en Berlín y ahora, sin haberlo planeado, son novios de lejos. Pobre muchacha, salir de Rusia es complicado, necesitan visa para TODO el mundo. Se sorprendió de que yo pueda entrar y salir de Polonia cuantas veces me venga en gana, de que no necesitara ninguna invitación, etc. etc. Oh, y ellos tienen dos pasaportes, uno para dentro del país (¿?) y otro para el extranjero. Me preguntó por los míos y yo... "no, pues nomás tengo uno...."
El tren comenzó a andar. Sin darme cuenta, pasaron tres horas de amena charla con Katya. En ese lapso me habló Kasia tres veces, para platicar conmigo, despedirse e informarme que había pensado irme a despedir, pero salió del trabajo demasiado tarde. Michal me empezó a mandar muchos mensajitos y a llamarme. Cuando abrí mi mochilota, encontré una caja de chocolates y una tarjeta de Ola. Brian también me escribió. Sentí muy bonito.

La parte triste del relato:
Estaba lista para empezar lo que pintaba como la aventura más grande de mi vida. Había conseguido que una rusa pasara por mí a la estación y me llevara a la universidad. Estaba dispuesta a apañármelas en ruso como me fuera posible. Hablé mucho sobre Moscú con Katya. Me decía que no le gusta, es demasiado grande e insegura, a nadie le importas, cosas así. Pero no pasa nada, ¿o me equivoco?
Al llegar a Belarús (o Bielorusia, como le quieran llamar), se sentó un hombre al lado de nosotras. Creo que nos molestamos un poco, porque el compartimiento era para mujeres. Uno de los hombres del tren nos dijo que sería por poco tiempo, así que continuamos platicando.
Después de 7 horas de viaje, nos detuvimos en Brest. Los guardias me pasaron una forma migratoria que llené rápidamente. Entregué mi pasaporte. Después de 15 minutos, llegó un hombre vestido de soldado. Pasó todas y cada una de las páginas de mi pasaporte, haciendo preguntas sobre cada viaje que tenía marcado. Contestaba en inglés, Katya lo traducía al ruso.
El hombre volvió a irse. Mis dos acompañantes hablaban en ruso; me miraron y dijeron "estás en problemas".
El guardia no volvía. Pregunté lo que pasaba. Me pedían una visa de tránsito. El hombre al lado de Katya comenzó a explicarme que, si me dejaban en paz un poco, podía bajar, tomar un taxi y pedirle que me llevara a la próxima estación, donde podría alcanzar el mismo tren. Era viernes por la noche, por supuesto que no iba a hacerlo. Además, con todo el equipaje que cargaba, era ridículo. Después me dijeron que, si me hacían volver a Polonia, debía tomar un taxi a una ciudad pequeña donde está el consulado, para comprar una visa. Era fin de semana, ¿qué esperaban? ¿qué el consul me abriera la puerta de su casa y me diera de cenar? Ridículo. No entendía nada.
Así pasó una hora. El hombre iba y venía, los otros pasajeros discutían con él y me miraban espantados. Katya me dijo: "debes ir con él". Quise cargar mis maletas. No pude. Olvidé ponerme el abrigo. Para qué detenerme en esos detalles.
Me llevaron a un cuarto adentro de la estación. Y aquí es donde prefiero aplicar la evasión cortazariana: "Algún día te tengo que contar, si es que vale la pena, y no la vale." Sé que sólo hay una persona en mi mundo conocido que puede entenderlo. Podría tratar de explicarlo, pero lo único que conseguiría sería sentir lo mismo otra vez.
Creo que en esas siete horas de espera dentro de la estación fue cuando perdí la batalla ("Ya ni siquiera palabras para seguir contando la batalla puesto que no hay batalla" diría Cortázar). Para entenderlo tendrían que haber estado mirando el techo, preguntándose si alguien pensaría en ustedes, así, solos en mitad de la noche. Tendrían que haber sentido el frío meterse por debajo de la ropa, la sensación de calor en la garganta cuando te aguantas el llanto. Tendrían que haber entrado al baño para darse por vencidos.
Siete horas son suficientes para dejar que tu vida transcurra sin ti, para saberte completamente solo, para decepcionarte de una vez por todas. No sé si vale la pena escribir al respecto.
Llegué a la frontera de Polonia después de las 2 a.m. Llamé a Michal, es todo en lo que había pensado durante ese tiempo. Él estuvo ahí. Así de simple. Aunque siempre me estuviera quejando, estuvo. Hablamos, callamos, esperamos por teléfono. Creo que esa noche no dormimos. Decidí volver a casa.
Y él estuvo ahí, a las 7 de la mañana, con un café en la mano. Llamé a Ola. Tomamos el autobús. Nada me parecía real. Pasamos el fin de semana juntos. Yo no quería ver a nadie. Hice muchas llamadas. No sé qué logró convencerme, pero decidí quedarme. Podría haber tomado un avión ese mismo día, podría haber hecho muchas cosas. A veces yo tampoco me entiendo.
Los siguientes días fueron muy difíciles. La rusa que iba a ayudarme me mandó un mensaje que decía " Moscú no quiere a las personas que se dan por vencidas". Lloré. Por primera vez lloré en brazos de alguien. No dijimos nada. Había poca luz y nos aferramos el uno al otro.
Moscú no cree en las lágrimas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

así es, estabas sola, nomás que aquí tenías al pendejo de tu ex novio dispuesto a pagarte los mil dólares de tu pasaje de avión para que te fueras en ese mismo momento sin pasar por donde te deportaron.
pero ya vemos por qué te quedaste.
si, estoy ardido, y chinguen a su madre todos

Anónimo dijo...

uuuh... vas a decir que soy una metiche tremenda pero tu post me hizo llorar. Lo bueno es que me recordo a un libro increíble titulado Dostoyevski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar de László Földényi y explica como Dostoyevski, gran creador de cultura, se identifica con lo irracional, infértil e inútil que Hegel deja fuera de su sistema racional y todo por estar en Siberia, lugar donde, según Hegel, no hay cultura. Y no sé, me parece tremendo que hayas estado en aquellas latitudes y experimentaras un poco de todo eso. Me imagino que ahora las cosas estan mejor :S

Maximiliano dijo...

Buenos Aires sí cree en las lagrimas. Por eso a mi tambien se me escaparon dos lagrimones...
Abrazo Mons