domingo, 27 de abril de 2008

A propósito del exilio

Ya en alguna otra ocasión dediqué una mañana fría en el mes de enero a la redacción de una carta dirigida a mi buen amigo Aarón con el tema del exilio, reflexión que surgió a partir de mi lectura de Czeslaw Milosz.
Entonces, el poeta polaco y yo compartimos nuestras impresiones de ese "estar lejos". No había mucho español por mi vida en ese entonces, y notaba con un poco de temor cómo iba perdiendo de a poco los matices de mi lengua materna. Digo matices porque es por demás absurdo pensar que se puede olvidar de algún modo en tan poco tiempo.
El exilio del lenguaje. Milosz, en todos sus años de vida en el extranjero (como diplomático, como profesor, como poeta) jamás renunció a escribir en polaco, a pesar de que estaba consciente de la distancia que mediaba entre su pluma y su pueblo. Para mí no se trata de un concepto tan brusco, aunque resulta un poco aterrador despertar después de un par de sueños en inglés. Aunque existe el caso del paisa que explicaré más adelante o en alguna otra entrada, ese que a las tres semanas ya tiene acento afrancesado y no sabe como dirigirse a su gente.
La falta de información, ahora menos común que entonces. Hace treinta años debía ser horrible ser un exiliado, especialmente si tu país de origen se encontraba bajo un régimen totalitario que controlara el flujo de información.
En ese caso puedo sentirme afortunada en mi condición de hija del internet. Pero la verdad es que raramente leo las noticias de México, por razones un tanto simples y -como ustedes podrán considerar- absurdas. En primer lugar, las noticias me deprimen la mayor parte del tiempo. Claro, tiene lógica. No creo que exista un periódico dedicado enteramente a lo bello que ocurre cada día. Es como decía la Maga (perdonen la enorme influencia de Cortázar en mi vida) "las desgracias parecen ser de todos". Especialmente de nosotros. Las quejas lacrimógenas a un lado del lavadero son lo que nos unen bajo el signo de mexicanos, más que los partidos de la Selección, más aún que la Academia y las novelas de Televisa.
En segundo lugar, me parece un experimento interesante, ese de volver a mi país sin mucha idea de lo que pasa. No me tachen de maniática irresponsable. Suelo enterarme en mayor o menor medida de los acontecimientos clave en el desarrollo de ese gran chisme que cuentan los reporteros, sobre todo cuando se trata de eventos tan impactantes como la vez aquella en que golpearon al jotito de La Oreja, o cuando murió de trombosis una persona cuyo máximo logro en la vida fue cambiar de sexo.
Me pregunto cómo será la ciudad cuando vuelva. Seguro habrá infinidad de lugares que dejaron de existir, alguna ruta nueva de camioneros maniáticos, una avenida horrendamente invadida en su totalidad por universidades patito y algunas otras desgracias latinoamericanas. Será probablemente un shock que pasará por mucho el capítulo del sábado de La Usurpadora. Probablemente pasaré por todas las etapas que atraviesan los niños durante un divorcio, a excepción de que nadie me compará juguetes para aminorar el sentimiento de culpa, o por lo menos no puedo imaginarme a un tal Juan Carlos (por poner algún nombre) diciéndome "toma, para que te compres un helado; las calles están más sucias que en el 2007".
El retorno a casa y la inevitable reunión con los amigos. Disculpen, pero esto es lo que más aterra al exiliado. Como Alex en La naranja mecánica, bien puedes volver un día a casa y encontrar a Estefanía apoderada de tu cuarto. Perdón, no me refiero a eso. Pensar que en todo este tiempo te has vuelto una persona distinta, que tus ideas han evolucionado, que tus conversaciones de los próximos 6 meses comenzarán con un "uuuy! cuando estaba en Polonia..." con la consiguiente pérdida de "amigos" que ahora te creen una esnobista millonaria que mira a la patria con desprecio... es simplemente aterrador en cierto modo. Tal vez hay personas con las que ya no querrás hablar, tal vez ellas serán las que te encuentren diferente y prefieran a tu amistad la dulce compañía de un florero chino.
Pero, a pesar de esos típicos temores y la impresión impuesta de que se vuelve a la antesala del infierno, volver a mi país me parece adecuado. De hecho, he de confesarlo, no soy la mayor fanática del 90% de los mexicanos que te encuentras de este lado, de esos que fueron bendecidos por el señor porque recibieron la beca nonplusultra de hijo esclarecido del estado de Morelos, de esos que son mejores que tú porque se apellidan Van der Bundenmayer, de esos que les corre la cultura por las venas porque no tienen los ojos jalados, de esos que no son prietitos como la perrada a pesar de su innegable nopal prendido del huarache.
A ver
, típico mexicano que se siente superado cuando cruza el Atlántico y se siente más inteligente y estudiado que los otros. Dejenme decirles, en mi experiencia personal, que los países "más maravillosos y civilizados" del mundo están llenos de gente sucia, grosera, ignorante, perezosa y depravada. El pasto no es más verde en este lado del jardín. Preguntas como "Dónde está México y qué forma tiene" me hacen decepcionarme terriblemente del supuesto burgués intelectualoide europeo. Claro! yo tengo la responsabilidad civil de aprenderme cada una de sus pinches ciudades y lamerle los pies a cada filósofo y escritor que mi interlocutor en la mayoría de los casos ni ha leido. En cambio, ellos no tienen por qué saber qué demonios es Guadalajara, ni reconocer el nombre de Octavio Paz, a lo mucho pensar que México tuvo su momento de gloria con una bola de indios terregosos de hace mil años. O los peores, los indios del mundo que van a hacerles el favor a los pobres huicholitos yéndolos a visitar como si fueran animales del zoológico.
Pero no los culpo, todos tenemos el derecho a la estupidez. Ahí afuera hay un montón de cosas que desconozco de la manera más vergonzosa, y por eso mismo me abstengo de sentirme superior al resto del género humano en la mayoría de las ocasiones. No se engañen, que acá también hay gente idiota, las calles no son de oro y tampoco llueve leche.
Que algunas ciudades son más organizadas, sí. Es lógico. Si todos los autobuses tienen marcada la hora en la que deben detenerse en cada parada es porque la mitad del año todos aquí mueren de frío, y es sólo por practicidad que pusieron los horarios para que no se les peguen las pompis en la escarcha de la banca. Todo eso lo aprendieron con los años, no es que Dios les dicte las leyes al oído.
El típico mexicano que aborrece América Latina. Disculpen ustedes, pero nuestro continente es bastante nuevo, nuestro país no ha cumplido ni sus primeros quinientos años (a menos que me equivoque garrafalmente, en cuyo caso esperaré con ansias una lluvia de piedras sobre mi cabeza), y así esperan equipararlo con Europa. Es absurdo, es ridículo. Aún tenemos muchas cosas que aprender, y no me refiero a que venga de las bibliotecas europeas. Necesitamos tropezar y darnos de topes con muchas paredes para aprender a hacer las cosas. O no me digan que la Edad Media fue la época más brillante en el viejo continente.
La Santa Inquisición, Franco, todas las versiones de Big Brother, Locomía. Errores que pueden consultar en Wikipedia. Las egocéntricas guerras europeas, la discriminación que sólo demuestra ignorancia y ese espíritu de hijo de papi, sobre todo en los países escandinavos...disculpen, pero si eso es su continente, yo me quedo con Chabelo y los tacos en la calle y los amantes apasionados y las aguas frescas de la Michoacana.
¿Qué es lo que pasa con América Latina, señoras y señores? Que es un territorio en vías de desarrollo. Y qué chingaos quiere decir eso? Que te toca cargar el ladrillito y pegarlo en el muro, papá, que te toca batirle a la mezcla y pasarte por los chescos. El típico mexicano del otro lado se obnubila con los problemas de su patria y prefiere escapar a un territorio donde todo está resuelto. A esos países también les costó. Es estúpido querer volver con los bolsillos cuajados de billetes a encontrar un país en orden que te espera con lágrimas en los ojos para darte el galardón al hijo pródigo e inventar una festividad que empiece con tu nombre. Que es duro, que la plaga es la ignorancia, que no hay por dónde, pues a ver cómo le hacemos. Primero hay que dejarse de pasar los altos y regresarle bien el cambio a los clientes. Primero hay que unirse y apagar la tele para intentar la comunión con el otro. Hay que abrir los ojos y admitir las culpas. La mierda la hemos hecho todos, y así esperamos lavarnos las manos. Acá la cosa no es el paraíso, y tú no te has puesto a trabajar, hermano compatriota.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Wooow... Que bien explicaste tantos sentimientos de muchas personas que hemos vivido fuera de México... Me identifiqué mucho con tus ideas :)

Anónimo dijo...

¿What do you mean with the room take over? =P

Sure, a lot of things to think about, but the question is: ¿en dónde preferirías quedarte a vivir?

Mujer perdida en un estado interno de ebriedad dijo...

Hmmm por lo pronto le daré otra oportunidad a México :P en realidad pienso viajar mucho a lo largo de mi vida, pero pienso hacer lo que pueda por mí país dentro y fuera de él, tampoco es que me vaya a quedar sosteniendo una columna del hospital civil para que el pabellón de niños con cáncer no se colapse.

a-Ló! dijo...

*aplausos*

Maximiliano dijo...

Wow.. eso si es un discurso presidencial Monse... Y vale para toda America Latina.. un abrazo gigante desde el Sur... (aunque nos digan que nosotors somos los menos latinos de toda America Latina...) -por suerte no lo siento así-